miércoles, junio 14, 2006

ANTECEDENTES A LA TRAVESIA


Año 2.003

Ya me rondaba la idea de cruzar Los Pirineos de costa a costa, pero no fue hasta marzo de 2.003 cuando decidí acometer esta travesía. Cuanto más leía el libro de Jordi Laparra, más me seducía y atraía este reto pirenaico, pero circunstancias familiares no me permitieron emprender la marcha y me vi obligado a retrasar mis planes hasta el año siguiente.

Año 2.004

En enero de 2.004 inicié un rigurosa preparación física para intentar estar al máximo nivel en el mes de mayo. El objetivo era completar la travesía en tan sólo 10 días que eran los únicos que disponía para esta aventura.
Comencé un entrenamiento cíclico que repetía cada semana combinando esfuerzos moderados, series al 90 ó 100% y descansos activos. Los fines de semana salía con el club alargando las distancias de las rutas organizadas y al menos una vez cada quince días me embarcaba en una ruta de gran fondo, con un kilometraje superior a los 100 kilómetros. También me planteé como objetivo fortalecer los abdominales, tríceps y glúteos para lo que hacía todos los días interminables sesiones de pesas y abdominales.
Llegó el mes de mayo y estaba como un toro. Me hacía rutas de montaña de 100 kms del tirón en 4 ó 5 horas. En descensos técnicos y muy pedregosos no notaba cansancio en los brazos como antes y el trasero lo tenía a prueba de bomba. En fin, que creía que eso de la Transpirenaica iba a ser coser y cantar.

Llegué a Portbou a las 22:15 horas del 29 de mayo, monté la bicicleta y me hice una bonita ruta nocturna hasta Llançá por una tranquila carretera costera. El reflejo de la luna en el mar era relajante. Al día siguiente comencé mi periplo con 116 kilómetros hasta Castefollit de la Roca. La sensación era de euforia ya que las piernas respondían a la perfección. Al día siguiente me hice otros 100 kilómetros hasta Toses y ya empezaron los problemas en los puertos de envergadura de la Garrotxa. Los primeros 50 kilómetros fueron siempre hacia arriba y los riñones me dieron el primer toque. A veces me dolían tanto que tenía que ir de pie sobre la bicicleta. A todo esto se unió una incómoda molestia estomacal que atribuyo al agua que bebí en la fuente de Tregurá. La tercera jornada me llevó hasta Noves de Segre con 115 kilómetros de distancia y más de 3.000 metros de desnivel acumulado positivo. Cuando la acidez de estómago y la lumbalgia iban remitiendo, tuve la mala fortuna de golpearme accidentalmente la rodilla izquierda con una piedra puntiaguda al colocar el trípode para hacer una fotografía. A partir de este momento mi aventura comenzó a su fin. El dolor iba en aumento aunque todavía conservaba la esperanza de que al descansar en Noves de Segre, me levantara sin molestias. Esa noche no podía dormir. Estaba preocupado por mi suerte. Sólo había una forma de comprobar lo que me depararía el destino y era cogiendo la bicicleta. Lo hice temprano y en la larga subida a Sant Joan d’Lerm, el dolor de la rodilla se hizo tan insoportable que tuve que pedalear sólo con la pierna derecha hasta que ésta se acalambró. De esta lamentable manera, con una tendinitis severa en la rodilla izquierda y la pierna derecha totalmente acalambrada, llegué a duras penas hasta Llavorsí, donde lo primero que hice fue comprar calmantes en la farmacia para atenuar el dolor. No os imagináis la terrible decepción y la gran frustración durante esos kilómetros angustiosos donde tenía que apretar los dientes para avanzar un solo metro, sabiendo que todo había terminado y que ya era seguro que lo de la rodilla era serio y no me iba a permitir concluir la travesía.
Primer fallo, la falta de humildad y el creerse un Superman de la bicicleta.
Segundo fallo, ponerte metas e intentar concluir en pocos días sin dar tiempo a la aclimatación.
Tercer fallo y fundamental, el exceso de equipaje: 15 kilos en las alforjas más el peso de los bidones de agua.
Cuarto fallo, sobreentrenamiento previo a la travesía.

Año 2.005

Con la lección bien aprendida me planteo la Transpirenaica como objetivo ciclista prioritario para el año 2.005, lo que para mí se ha convertido más que en un sueño, en una obsesión. En febrero comienzo a entrenar específicamente para esta travesía, pero esta vez de forma mucho más relajada, rutas de gran fondo como la Sietepicos, Avila o Albarracín más distanciadas en el tiempo, nada de pesas ni abdominales y la semana previa, descanso deportivo absoluto. La selección del equipaje me permite reducirlo a la mitad portando esta vez tan sólo 8 kilos y eso que llevo un pequeño saco de dormir por cuestiones de seguridad. Todo está preparado. La bicicleta embalada y los billetes de tren en el bolsillo. Esta vez las cosas van a salirme bien, “¡tienen que salirme bien!”.

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